Bocadito del cuento Let it snow… de Andrea Acosta {Una Navidad con ACOSTA ars}

Bocadito de mi cuento Let it snow… perteneciente al especial Una Navidad con ACOSTA ars. La maquetación/cubiertas son de Nune Martínez y el texto ha sido revisado por Silvia Barbeito. Podéis conseguir esta antología la mar de navideña por menos de 3€

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¡Antes de hincarle el diente a este bocadito necesitamos ambientación!

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{Cuento vinculado con la novela No me dejes ser tu héroe}

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La Harley gruñía agradecida porque la montasen a pesar de la tormenta de nieve que roía hasta el tuétano de las llantas. Jesús, nevaba como si fueran a entrar en una nueva era glacial. El aire helado, cortante, le mordía las mejillas incluso a través del casco y hacía crujir las solapas de cuero de su chaqueta.

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Detuvo a un lado de la carretera a la pobre Greta, como solía llamarla. Con aquel vendaval apenas controlaba la moto. Antes que pegársela y tener un accidente de cojones, prefería detenerse y ponerle las cadenas. «¿Por qué coño no lo he hecho antes?».

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Ashton balanceaba la cabeza al compás de la música que sonaba. Era Navidad, las radios habían sido tomadas por las melodías navideñas de Frankie1. Sus dedos repiqueteaban en el volante de la pick up, y el calorcito de la calefacción exorcizaba el gélido aire del exterior…

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¡¿Qué mierda?! —exclamó en voz alta, mirando en la misma dirección en la que una moto se había detenido. Sopesó la posibilidad de pararse. El invierno en aquellos lares era una gran putada.

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Las luces de la pick up que se detuvo justo delante de él le destellaron en el casco, y el guiño rojizo del intermitente le hizo erguirse frente a la rueda que estaba terminando de abrazar con la cadena.

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¡Oiga! —gritó Ashton. Al bajar de la camioneta enfundado en un grueso anorak de plumas sonó el crujir de sus botas típicamente militares sobre la nieve—. ¡No va a dejar de nevar por lo menos en lo que queda de tarde! ¡Si quiere puedo dejarle en Quantico!

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¿De lo que queda de tarde? —gritó también el motorista a través del vendaval. La situación era cómica. Debían ser al menos las seis de la tarde, y por la grisácea oscuridad el conductor de la camioneta tenía razón. Lo que le quedaba de viaje no iba a ser cómodo y mucho menos cálido si no aceptaba la invitación.

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¡Mierda, subamos la moto atrás, a la camioneta y hablemos al calor de la calefacción! —pidió Ashton a voz en grito y cuidando de que su chicle no le saliera disparado de la boca.

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Se quitó el casco, aplaudiéndose mentalmente por haber asegurado la supervivencia de su cerebro con un gorrito de lana y le miró entrecerrando los ojos.

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¡De acuerdo, tiene usted razón! ¡Muchas gracias! —respondió Becky, colgándose en un antebrazo el pesado casco.

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«Dios bendiga América» fue lo primero que se le vino a la cabeza a Ashton, y pese a la poca visibilidad supo que esa no era una de aquellas peculiares situaciones en las cuales un buen macho cazador, aunque demasiado pasado de copas, creía haberse hecho con una pieza de medalla y luego, llegado el amanecer, se había encontrado que en vez de un precioso ciervo lo que dormía al otro lado de la cama era una mofeta…

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¿Me ayuda? —cuestionó Becky al verle allí, alelado como un pasmarote.

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¡Sí, sí! —asintió Ashton, saliendo de su ensimismamiento a la vez que llegaba a su encuentro. Abrió la portezuela y bajó la rampa de la pick up mientras ella acababa de recoger el equipo de cadenas y, luego, entre ambos subieron la Harley y la aseguraron—. ¡Vamos dentro! —pidió él, yendo a la cabina con el frío cristalizándose en sus pestañas.

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Becky se quitó el guante izquierdo tirando de él con los dientes y abrió la puerta de la camioneta. Se descolgó el petate de la espalda y subió a la vez que el hombre.

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Gracias, de verdad, me hace un gran favor. —Se quitó el otro guante y los metió juntos dentro del casco sobre su regazo.

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De nada. Joder… ¡qué frío! —«Un segundo…. Un condenado segundo… ¿quién ha dicho frío?». Nada más cerrar la puerta y verla sin ventisca de por medio, Ashton dejó de tener frío. Se sentía como si estuviera tomando el sol en Honolulu. Carraspeó, tendiendo su mano húmeda—. Davis, Ashton Davis, no violador ni psicópata titulado.

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White, Becky White, amante del motor y loca empedernida —respondió ella, estrechándosela. Becky, que tenía el petate entre sus piernas y el casco sobre su regazo, se quitó el gorrito de lana rosa y sacudió la rubia cabellera. Mientras lo hacía se fijó en él: rapado militar, ojos expresivos de un negro vibrante, mandíbula a prueba de puñetazos. Un tipo grandote que gritaba a leguas «¡Curtido en el ejército, muñeca!».

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Mucho gusto… Becky White. —El nombre le sonaba, le sonaba la hostia. Ashton buscó en su mente y al hallar la información sonrió, mirándola. Alta, rubia, de melena muy corta justo a la altura de las pequeñas orejas, y pese a la ropa de abrigo, él intuyó que era delgada, del estilo de mujer cuyo moldeado cuerpo tenía la elegancia de los felinos.

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Vaya, muy apropiado —comentó. divertida al oír el final de Let it snow2 sonando en la radio. El olor de grosella negra proveniente del ambientador de Yankee candle le despertó el olfato antes anestesiado por el frío—. Me dijeron que nevaba, pero no tanto, es una jodida locura.

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Por aquí nos tomamos el invierno muy en serio —rio Ashton, quitándose el anorak para quedar en jersey de cuello vuelto—. Muy, muy en serio —enfatizó, al tiempo que cruzaba el cinturón de seguridad por su pecho.

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Y de nuevo la camioneta en ruta. A los lados de la carretera los árboles soportaban estoicos el cruel viento, manteniéndose firmes e imbatibles.

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No lo dudo… —se mofó Becky, volviendo la cabeza para mirar de frente al hombre en el asiento del piloto, asiento que de un modo u otro siempre solía ocupar ella, fuera en un F-15E Strike Eagle o en su Harley, y no como ahora en una Chevrolet Silverado del 93. Bien, la experiencia de ir de copiloto tampoco podía ser tan terrible. «Solo relájate y déjate llevar».

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Ashton subió la calefacción. Oía el ligero castañeteo de la mujer.

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¿Quiere cubrirse con mi chaqueta? —Ante la negativa de ella, sonrió, oscilando ligeramente la cabeza. «Chica dura»—. ¿Puedo hacerle una pregunta?

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Por supuesto. —Ella frotó sus manos entre sí, obligando a la circulación a volver a regar sus dedos y dejar de tener aquella sensación de continuo hormigueo. Becky desvió su mirada para fijarla en la acreditación militar de parking sobre el salpicadero.

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¿A quién se le ocurre moverse en moto con este tiempo?

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Antes le he dicho que yo era una amante del motor y también una loca empedernida. —Sus terminaciones nerviosas estaban reaccionando, notaba al fin las yemas de sus dedos. Becky puso los ojos en blanco de manera cómica—, y ahora debo añadir que no tenía ni idea de que aquí hacía este tiempo del demonio.

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¿Y de dónde viene? ¿De Chihuahua, para no conocer el jodido clima de Virginia? —soltó Ashton, volviendo a mascar el chicle que desde que la rescatara había tenido escondido tras una muela.

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No, señor Davis, vengo de Las Vegas y, créame, nuestros inviernos son fríos y ventosos, pero esto… —Sin tener que pegar la nariz al vidrio de la ventanilla y mirar el gélido paisaje Becky acabó la frase—: Mierda, esto es radical.

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De la ciudad del pecado. Ya… —«Eso explica muchas cosas». El petate, el sonido ahogado de las chapas de identificación bajo la chaqueta, el corte de pelo e incluso la manera de sentarse le indicaban que ella pertenecía al ejército. No obstante, Ashton ahora comprobaría si la Becky White que iba sentada a su lado era la misma que él creía.

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O también comúnmente llamada la ciudad del entretenimiento mundial o la capital de las segundas oportunidades. ¿Nunca ha estado de visita? —le preguntó ella al aflojar su cinturón de seguridad y doblarse para abrir el petate y sacar la cartera, pues iban a cruzar por debajo del enorme letrero que rezaba:

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QUANTICO, CROSSROADS OF THE MARINE CORPS3

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Para acceder al pueblo formado básicamente por la base militar, todo el mundo debía pasar por ese único punto de entrada. Este era custodiado por el ejército y solo se permitía el acceso a quien estaba debidamente autorizado. Una vez comprobada la ID y concedido el paso no quedaba más que conducir hasta el corazón de Quantico bendecido por el río Potomac.

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No, señora White, nunca he estado en Las Vegas —respondió Ashton tras saludar a los chicos de la entrada y detener el vehículo como indicaban las normas.

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Buenas tardes, mayor. —McFarland se colocó al lado de la pick up y antes de ir a pedirle la documentación a la mujer que acompañaba al mayor, ella se la entregó. McFarland echó un vistazo y asintió devolviéndosela—. Gracias, capitán White —dijo, cuadrándose y saludándoles como era de rigor.

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¿Visita familiar? —le preguntó Ashton a Becky, poniéndose en marcha con una extraña sonrisa pintada en los labios.

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Trabajo —contestó Becky al guardar la documentación en la cartera y seguidamente en el petate—. Mañana debo presentarme en MCAF. Le agradecería que me dejara en IPAC —pidió sin poder evitar clavar la mirada en la majestuosa réplica del Iwo Jima Memorial dándoles la bienvenida.

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¿Mañana? —comentó Ashton al parar en el semáforo en rojo.

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Sí, mañana por la mañana. En teoría tenía previsto llegar antes de las cuatro, pero entre una cosa y otra —suspiró, señalándose —… aquí estoy, a esta hora —masculló con un escalofrío.

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Helada —resolvió él, subiendo más la calefacción. Agitó la mano izquierda, disculpándose con el conductor justo detrás. Sí, Ashton estaba tan pendiente de ella que no se había dado cuenta de que el semáforo ya estaba en verde—. En cinco minutos nos plantamos en casa de mis padres. Si le parece, hacemos una parada allí, se toma una taza de mulled wine y después, que seguramente habrá amainado la tormenta, la dejo en IPAC, aunque no creo que vayan a proporcionarle alojamiento alguno allí.

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Gracias —respondió con el calorcito devolviéndole el color a las mejillas. Luego empujó la manga de su chaqueta y la del jersey para mirar la hora en su reloj de pulsera—. Mierda, entonces dígame dónde puedo encontrar un hotel. No quiero molestar, usted ya ha hecho bastante recogiéndome, mayor.

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Tranquila, no es molestia. —Ashton reparó en que la voz de la mujer iba normalizándose, volviéndose más cálida a medida que sus manos estaban menos agarrotadas y sus pómulos se ruborizaban.

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Con que me deje en la puerta de un hostal u hotel será suficiente, mayor Davis —aseguró Becky, estudiando la cabina de la camioneta: ni un papelito o un vaso de refresco ni tan solo el envoltorio de un chicle o chocolatina. Estaba impecable. «Igualito que él»—. Podré apañármelas hasta mañana.

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Le seré sincero, White, hace rato que tenía que haber llegado, y si no me presento con una buena excusa mi querida madre, que padece el síndrome de Martha Stewart, no dejará de avasallarme a preguntas y como ya le he dicho… —Un giro de volante y luego todo recto. Ashton la miró solfeando divertido—: Es Navidad.

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Hoy es veintidós de diciembre, mayor —puntualizó Becky, tratando de no reírse.

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No me diga que… —empezó a decir Ashton, alargando la blanca sonrisa en los labios—. ¿Es usted de las que no consideran que es Navidad salvo el mismo veinticinco de diciembre?

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Dejémoslo en que no soy fan de la tarde de Cuento de Navidad en la televisión por cable y palomitas junto a la chimenea —admitió, chistosa, apoyando la cabeza en el mullido material del asiento. Pese a la cómoda posición, Becky se ladeó mirándole para puntualizar a mano alzada—: ¡Ah! y tampoco me van nada esos disfraces porno de Mamá Santa.

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¿De verdad? ¡Oh vamos, los disfraces de Mamá Santa son lo mejor de la Navidad! —exclamó Ashton, acabando con una carcajada.

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Claro… ¿y ahora quiere que le cante Winter Wonderland4, mayor Davis? ¿…O debería llamarle Father Christmas5? —fanfarroneó Becky, que ya no tenía frío pero sospechaba haber pillado una buena galipandria.

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Vamos, White… ¿dónde ha dejado usted su espíritu navideño? —rio conteniéndose para no mirarla, pero no, «¡Maldita sea!», no pudo evitar mirarla y se tragó el chicle, ¡sin querer!, pero se lo tragó—. Lamentablemente y como premio a mi buena obra va a acompañarme a casa de mis padres a tomarse un mulled wine o quizás un tazón de eggnog bien cargado de whisky —carraspeó Ashton, teniendo claro que él sí iba a emborrachar su ponche. «Por lo menos evitarás empalmarte, mayor».

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Querrá decir, mayor, que va a obligarme a acompañarle y así pavonearse de haberme rescatado de una terrible tormenta de nieve —especificó Becky, cayendo en que los pocos segundos que tenían contacto visual eran demasiado intensos como para tomarlo a broma. Sin embargo no se impuso su tan bien aprendido y llamado autocontrol.

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White, todos me creerán. Usted tiene toda la pinta de una damisela en apuros —rio Ashton, recorriendo el camino de lámparas con forma de candy canes que conducían a la casa. Una edificación grande y robusta, típicamente de madera. Sobre la gruesa capa de nieve del tejado había aterrizado una nave nodriza extraterrestre.

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Empiezo a entender lo del síndrome de Martha Stewart… —susurró Becky, mirando por la ventanilla. «Para toda esa iluminación deben necesitar un generador eléctrico aparte».

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Y todavía no ha visto nada, White… —apuntó Ashton, mirando en la misma dirección que ella. El coronel debe tener en el taller alguna lona para tapar la moto —le dijo, apagando el motor y quitándose el cinturón.

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¿El coronel? —Hacía milenios que ella había llegado a la conclusión de que Ashton era militar y no solo por la acreditación de parking o el rango desvelado en la entrada. Él destilaba ejército y precisamente por eso ella había accedido a acompañarle, pues a fin de cuentas ambos servían al país. No obstante, aquel apellido tan manido en Estados Unidos y ligado con la localización en la que se encontraban le hizo preguntarse si de verdad el mayor Ashton Davis era hijo de… —¿Se refiere usted al coronel Roger Davis?

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Sí, ese es el nombre de mi padre, aunque desde que tengo uso de razón le llamo coronel, a secas —explicó Ashton, encogiéndose de hombros, divertido—. ¿Qué me dice, White…?, ¿nos adentramos en el Polo Norte?

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Por mucho que quiera, mayor, no conseguirá contagiarme su espíritu navideño —advirtió Becky al quitarse el cinturón y coger petate, casco y gorrito.

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¿Es una apuesta?

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Se puso el anorak y sacó las llaves del contacto haciéndolas saltar en su palma.

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Es un hecho.

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Abrió la puerta y saltó fuera. Becky cargó el petate a su espalda y se reunió con Ashton al otro lado de la pick up bajo la interminable nevada.

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Ashton caminó junto a ella hasta el porche engalanado con guirnaldas de abeto natural. La bandera de estrellas y barras en el poste del blanco jardín se agitaba furibunda con la ventisca helada. Él llamó al timbre, apoyándose en la pared con la vista puesta sobre la corona de manzanas rojas y ramas de pino que colgaba en el centro de la puerta.

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Becky giró la cabeza hacia el hombre al oír la melodía de Baby please come home6 sonando a modo de timbre. La puerta se abrió y el aroma a chimenea y fruitcake emanó del interior. La señora de la casa, vestida con jersey de lana roja y detalles de copos de nieve y renos, se les quedó mirando.

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¡No te emociones! —avisó Ashton antes de que su madre gritara extasiada—, no es lo que tú piensas… —Invitó a pasar a Becky y las presentó—: White, esta es mi madre, Kresley Davis, y sí, Toyland existe y ahora mismo usted está justo allí —asintió Ashton, cerrando la puerta pero sin quitarse el anorak.

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¡Por el amor de Dios, Ashton, deja de decir tonterías! —replicó Kresley mientras saludaba a Becky como si de una nuera se tratara. «No se debe perder nunca la esperanza»—. Menuda tormenta cielo, estás helada.

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Encantada, señora —sonrió Becky tras los dos besos en sus mejillas, como si tal cosa. Se quedó con las manos vacías al Kresley quitarle el casco y arreglárselas para quitarle también el petate y dejarlo todo sobre uno de los sofás de la gran sala. Becky levantó la cabeza y parpadeó sin creerse del todo que un tren de juguete estuviera circulando por las vigas de madera del techo. El impresionante abeto de Navidad, abarrotado de bolas doradas y lazos rojos, los cojines, las cortinas, todo lo que su vista alcanzaba a ver parecía salido de una revista de decoración navideña.

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Vamos, querida, quítate la chaqueta —animó Kresley batiendo palmas—. ¡Roger! —llamó al coger la pesada, pesadísima chaqueta de cuero de Becky para girar sobre sus zapatillas de pingüinos y colgar la chaqueta en el perchero al lado de la puerta.

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El famoso coronel Roger Davis estaba sentado en su viejo sillón favorito, tapado con una manta a rayas negras y rojas y con el mando de la televisión en la mano. Giró la canosa cabeza para mirarles y se puso en pie.

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Coronel, ella es la capitán Becky Davis. La he encontrado bajo la tormenta —explicó Ashton de manera escueta a su padre.

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¿Davis? —preguntó el coronel, alternando la mirada entre su hijo y la mujer.

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Sí, señor —asintió Becky sin poder evitar cuadrarse y saludarle militarmente.

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He oído hablar mucho de usted, capitán —sonrió Roger al ofrecerle la mano.

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Lo mismo digo coronel, es un honor.

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Becky descansó y aceptó la mano, la cual estrechó.

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¿Ca… pi.. tán? —tartamudeó Kresley, llevándose las manos al pecho—. ¡Jesús!, ¿tú también? —lamentó sin apartar la mirada de la mujer que estaba en su recibidor. El petate sobre su sofá y las placas de identificación al descubierto al Becky quitarse la chaqueta respondieron a su pregunta.

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Becky rio, mirándola, y dijo que sí con la cabeza al tiempo que dentelleaba su labio inferior para no carcajear. «¡Ni que a la buena mujer le hayan dicho que soy lesbiana y que no estoy interesada en tener nada con su hijo, el mayor!». No, Becky no se ajustaba a la famosa expresión Don’t ask, don’t tell7. Ella se dio cuenta de lo que acababa de pensar y miró a Ashton a su lado… «¿Seguro que no estás nada interesada, capitán White?».

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Con lo bonita que eres, ¿no te gustaría casarte y formar una familia? —masculló Kresley con los ojos brillantes y repletos de esperanza por oír un sí por parte de Becky.

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Mamá, ¿desde cuándo una mujer militar no puede hacer eso? —interpeló Ashton a su madre.

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Es que… es que… —trastabilló Kresley, señalando a Becky—, ¿cómo es eso que decís…?

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You’re really pretty for being in the army8 —Ashton se adelantó a lo que iba a decir su madre. Miró a Becky a su lado, pues no quería que ella lo tomara como un insulto.

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Becky le devolvió la mirada y sonrió sin ofenderse. No solo por haber oído eso en un par de ocasiones, sino porque sabía que él no lo había dicho con mala fe. «Viniendo de otro te hubiese roto las pelotas que no tienes. ¿Qué coño te pasa, White?».

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Perdón —se disculpó Ashton al tiempo que dejaba a Becky con su madre. Fue a preguntarle a su padre por la lona. Este le indicó que buscara en el taller, pero Ashton se quedó mirando a Becky.

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Mayor, ¿no ibas a por la lona? —comentó el coronel, cruzándose de brazos para mirar a su hijo que estaba jodidamente embobado.

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A eso voy —sopló Ashton, cerrándose el anorak. Al darse cuenta maldijo volviendo a bajar la cremallera, el taller estaba dentro de la casa, hacía calor y no necesitaba cerrarse la chaqueta. «Gilipollas…».

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Y dime, cariño, ¿qué hacías bajo la tormenta?

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1Apodo cariñoso de Frank Sinatra.

2♫ Canción escrita por el letrista Sammy Cahn y el compositor Jule Styne y multiversionada.

3(In) Quantico, cruce de caminos del Cuerpo de Marines.

4 ♫ Canción de Richard B. Smith y Felix Bernard y multiversionada.

5 (In) Padre Navidad, Santa Claus, Papá Noel.

6Canción rock multiversionada escrita por Jeff Barry, Ellie Greenwich y Phil Spector.

7 (In) No preguntes, no digas. Ver glosario.

8 (In) Eres realmente bonita para estar en el ejército. Ver glosario.

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Santa llega a todas partes, ¡que nadie lo olvide!

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