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Bocadito del cuento Luigi no está de Helena Acosta {Una Navidad con ACOSTA ars}
¡Hola! hoy os traigo un post diferente, ni recetas, ni manualidades. Un bocado de mi cuento Luigi no está para el especial Una Navidad con ACOSTA ars.
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Seguro que al acabar de leer este pedacito os entran ganas de tomaros un buen capuchino…
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Milán, Italia, diciembre 2010.
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—¿Qué haces?
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—Nada.
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—¿Qué?, ¿qué coño haces…?
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—Nada, no hago nada.
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—O sea… Me paso media hora buscándote por toda la casa, te he llamado a voz en grito hasta desgañitarme y tienes los bemoles de decirme que no pasa nada. La casa está patas arriba, como si hubiera sido asaltada por una horda de eslavos. Te encuentro aquí arriba, tú que detestas cualquier bicho de seis patas y subir por esa escalerita de chichinabo… Doña Remilgada está sentada en el suelo, rodeada de trastos viejos a los que normalmente les tienes alergia. Tienes abiertos los baúles de Luigi, ropa de hace no sé cuánto por aquí tirada, y tienes los putos huevos de decirme que no pasa nada. Dios, hermanita, pensé que habían entrado a robar y te habían secuestrado, matado o qué sé yo. No quiero ni imaginarlo… —Al decir esto último Carlo se acuclilló frente a su hermana y le volvió a preguntar, esta vez de forma mucho más sosegada, casi en una súplica—: Eli, ¿qué haces aquí? —Ella farfulló algo a modo de respuesta aunque él nada comprendió, así que la cogió suavemente por la barbilla y la obligó a levantar la cabeza y a mirarlo. No había brillo en sus ojos, ese brillo juguetón al que estaba acostumbrado y tan feliz le hacía—. Nena, ¿qué haces aquí? ¿Qué ha pasado abajo?
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—No quiero que sea Navidad. No puede haber Navidad sin él. Quiero mi vida, quiero que me la devuelvan, lo quiero a él, lo quiero aquí y ahora, ahora mismo.
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Rompió a llorar, desconsolada, y se refugió en el pecho de su hermano quien, lejos de apartarla, la envolvió con sus brazos, igual que cuando eran pequeños, cuando algún malvado compañero de clase se reía de ellos por ser tan parecidos: dos gotas de agua. Tanto que a pesar de ser chico y chica eran fáciles de confundir.
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—Cariño, las cosas no son siempre como las queremos. Han cambiado y habrá que acostumbrarse a ello.
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—No quiero, no quiero acostumbrarme —acertó a decir Eli entre hipo e hipo.
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—Cariño, eso de que los sueños se hacen realidad…
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A lo que ella le cortó y contestó gritando.
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—¡Sí, tienes razón, esto no es un sueño, es una puta pesadilla y no, no, no quiero, no puedo, no puedo…!
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—Tranquila, pequeña, tranquila, con el tiempo dolerá menos. Estoy aquí. Siempre, siempre estaré aquí para lo que quieras, cuándo y cómo quieras. Anda, levanta. Vamos a la cocina que te prepararé algo caliente y yo me haré una tila, que buena falta me hace. Casi me muero del susto al ver la casa.
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—Lo siento, yo…
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Carlo le puso un dedo sobre la boca y no la dejó acabar. La ayudó a incorporarse y ambos se acercaron a la escalera de la buhardilla. De allí bajaron a la cocina, donde él puso en marcha el hervidor de agua mientras enviaba a su hermana a refrescarse y lavarse la cara. A su vuelta él ya tenía lista su tila y para ella había preparado unas tostadas, unas lonchas de beicon fritas, unos huevos revueltos y una buena y humeante taza de café bien cargado.
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Eli se quedó pasmada en el marco de la puerta y sonriendo le comentó a su hermano:
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—¿Desde cuándo sabes cocinar? Porque, que yo sepa, no te puede haber dado tiempo a encargarlo y que lo traigan. Parece que la vida de divorciado te sienta bien, si eso significa que has tenido que aprender a cocinar y has encontrado tiempo para tu hermanita.
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—Oye, perdona, señorita, pero no sé si recuerdas que llevo toda la vida haciendo el brunch1 de los domingos en casa y que mamá dice que mis tortitas son mejores que las tuyas.
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Eli no pudo más que reírse, se acercó a su hermano y a empujones lo llevó hacia la pica, diciendo que si estaba insinuando que era mejor cocinero que ella. Carlo, que iba haciendo que sí con la cabeza, aprovechó para abrir el grifo que estaba detrás de él y empezó a salpicar a su hermana. Ella por, supuesto, no se quedó atrás y le devolvió la jugada. Así que los dos se llevaron una buena dosis de agua y acabaron sentados en el suelo de la cocina, abrazándose y riendo como en los viejos tiempos, como cuando eran niños.
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—Oye, hermanita, vale más que nos pongamos ropa seca que si no pillaremos una pulmonía. Te calentaré el piscolabis y me parece que me haré un café yo también. Lo de la tila, como que ya no me hace falta…
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—Vale, vale. Nos cambiamos, comemos y me cuentas qué tal te va todo.
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—De eso nada, nos cambiamos, comemos, recogemos y, mientras, te cuento cómo me va todo.
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—Pero…
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Por mucho tiempo que pasaran separados, en el momento en que volvían a estar juntos era como si siempre lo hubieran estado. Lo de ser gemelos suponía además tener un sexto sentido que les permitía saber cuándo uno de los dos estaba en problemas o se encontraba mal. Por eso Carlo había sentido la necesidad de ir a casa de Eli ese día.
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Al ver la cara de su hermano, Eli vio que no valían discusiones, y mientras iba a lo que le habían dicho, le comentó a Carlo:
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—Vale, vale, lo hacemos a tu manera. Ya sabes dónde tienes toallas y ropa de recambio.
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Cuando Carlo y Lidia decidieron darse un tiempo para pensar sobre su relación, Carlo había tomado posesión de la habitación de invitados y ella, al no tener muy claro cómo acabaría todo, la había dejado tal cual estaba, por si acaso.
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Carlo, para quitarle hierro al asunto, salió disparado detrás de ella y simuló atropellarla al pasar.
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—El último tira la basura…
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—¡Capullo, no vale! ¡Eh, me has empujado…!
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Eli salió corriendo también, con todo y sabiendo que lo más seguro era que le tocase tirar la basura. Mientras buscaba ropa limpia y seca se dio cuenta de que no quedaba ni una sola prenda dentro del armario; estaba todo desperdigado por la habitación. Al rato, oyó ruido en la cocina. Le iba a tocar tirar la basura, como casi siempre cuando eran pequeños. Se puso lo primero que encontró y fue a la cocina.
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Carlo estaba sentado a la mesa frente a una humeante taza de lo que parecía oscuro y espeso café. De ese que huele como los ángeles, capaz de levantar a un muerto. Saboreaba una cucharada de espuma.
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—Toma, esta es para ti —comentó a la vez que adelantaba otra taza que le puso delante al sentarse ella frente a él.
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—¿Es «capu»? ¿De verdad es capuccino?
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1(In) Comida realizada entre el desayuno y el almuerzo.
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Orgullosamente suiza. Escritora de los Manuales Kama sutra en 24 pasos, Torrijos Parador, y co-autora de las antologías Una Navidad con ACOSTA ars y Es tiempo de Halloween. Ferviente detractora de la pimienta pero amante de las Pfeffernüsse. Maestra de profesión, pelirroja gracias a la henna y poseedora de largas y rizadas pestañas. Con un bisabuelo que sirvió a Reyes aprendió bien del estar entre pucheros y ha transmitido su pasión a sus retoños aunque no con el mismo éxito para todos.