El arte de pelar ajos despacio By Jolie Courge +18

Once días sin salir de casa, once, creo, sí son once.

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Once días en estas paredes sola con Mateo, el rey de los hipocondríacos. Que sí, que la cosa está muy seria, pero es que no me deja ni besarle, ni tocarle…

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Intento ir despacio, para que mi mente no vaya demasiado deprisa y perder el norte. No lo llevo mal, tras el miedo inicial, me he calmado. Lo que no consigo calmar son mis ganas de comerme a Mateo, de olerle, lamerle, sentirle en mí.

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Leo, leo mucho, y lo disfruto, pero el tacto de las hojas de papel me recuerda a sus manos, ligeramente ásperas, que cuando me acarician la cara me llevan un lugar calentito.

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Procuro tener música la mayor parte del tiempo, que la música amansa a las fieras, dicen, y me paseo por nuestra minúscula casa lo más sexy posible al ritmo de bossa-nova, pero nada, solo consigo que me mire con ojos brillantes y se vaya a la habitación. Creo que tiene miedo a perder el control y arrancarme la ropa, pero…Mateo es así, tan contenido, tan dueño de sí mismo…

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El caso es que estoy muy caliente, tanto que ya no sé qué hacer, pero no solo por echarle un polvazo, que también, sino por acurrucarme en su pecho, esconder la cabeza bajo sus brazos, olerle y extraer toda su esencia.

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Como decía, llevo el encierro bastante bien a pesar del calentón, intento centrarme en cada segundo, despacio, despacio, engullendo la vida que acontece en cada instante, concentrándose en sensaciones, temperaturas, libros y playlists.

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Cocino, ahora tengo tiempo de hacerlo como me gusta, con un vino, captando con mis manos las texturas, probando, innovando, cambiando un ingrediente por otro y deleitándome en los olores. Lo malo es que esto también me recuerda a la intimidad con Mateo. Que tomó un sorbo de vino tinto, es el sabor de su boca cuando me devora los labios y las entrañas; que hago infusión de regaliz, pues el olor de su sudor limpio…por suerte, el sexo imaginario me resulta delicioso y me deleito en estas ideas. Lo malo, que le tengo a escasos metros y solo me apetece follarle como si no hubiera un mañana, atrapando en mis dedos cada centímetro de su piel y en mi cerebro miles de imágenes para recordar.

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Le preparo una sorpresa, preparó su plato favorito, espagueti con puerros, gambas y nata. No es que crea en los afrodisíacos, pero me divierte la idea de tentarle y jugar a que puede ser que realmente existan. Lo llevó al límite, si voy a jugar, voy a jugar del todo a esta especie de sortilegio sexual. 

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Me doy una ducha con agua muy muy caliente, que me relaja, pero me enciende más, y untó mi cuerpo con un lubricante de frambuesas porque se ha acabó la loción corporal y porque las frambuesas tienen historia afrodisiaca. Elijo sus bragas favoritas, esas largas de volantes con tul, y las perfumó con un perfume de feromonas, para que se mezclen con las mías.

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Golpeo unos cuantos dientes de ajo, para que vayan liberando su esencia antes de pelarlos y picarlos. En mi mente me repito que la sensualidad con la que actúe es la sensualidad que volverá loco a Mateo. 

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El Txakoli está bien frío y un poco ácido. No es que me entusiasme, pero es su favorito, y me viene bien para ponerme en su lugar, aunque de una manera distorsionada. Los puerros perfuman ya toda la cocina, con su olor fresco y dulce. No es el olor de Mateo, cálido, envolvente y acre. No importa, es delicioso de igual manera.

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En el aceite he puesto una hermosa cayena para que se perfume y piqué. La retiraré antes de añadir la nata, para que no la encuentre. Me da la risa al pensar que se entere… creo que sabe que suelo hacerlo, pero me gusta creer que aún le engaño. Adoro las cayenas, y el alucina cada vez que me ve comer una. Le gusta el picante, pero no comerlas…y, sobre todo, le gusta besarme con su lengua después de comerme una y hacerme beber un traguito de vino… y a mí me vuelve loca, sentir su lengua paseándose en mi boca, extrayendo todo mi sabor. A veces, después de esto, comienza a besar y lamer la parte interna de mis muslos, despacio, suavemente, ascendiendo poco a poco hacia mi vulva y dejando un rastro picante y etílico.

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Comienzo a pelar los ajos, puedo olerlos, aspiró profundamente y su olor se mezcla con el de los puerros y las frambuesas que perfuman mi piel. Contrastes deliciosos que se acentúan con el vapor de la cazuela en el que coceré la pasta, el txakoli y el polvazo mental que le estoy echando. La piel, fina, se despeja dejando mis dedos pegajosos. Un lado, otro lado, poco a poco, sintiendo la suavidad y humedad, como cuando Mateo me baja lentamente las bragas, con mimo, sin apenas tocarme y sopla mi clítoris antes de lamerlo y me lleva al séptimo cielo, haciéndome desear su polla en mi boca.

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-Qué bien huele, Lucía, ¿qué estás haciendo?

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Le sonrío, acaba de darse cuenta de que llevo sus bragas favoritas, y veo como sus ojos se encienden. Tomó un ajo en una mano, y llevó la otra a mis ingles. Con un dedo empujó un poco la goma hacia abajo y le contestó.

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– Practicando el arte de pelar ajos despacio, muy despacio.

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